El tiempo jugó una buena pasada. Se detuvo la lluvia para luego volver. Tuvimos un impass para salir a la calle, a marchar en silencio tal vez, ofrecer algunos aplausos, una sonrisa, un abrazo afectuoso con algún conocido. También la sorpresa de ver caras nuevas, caras jóvenes que se suman cada año a tomar la calle para decir nunca más.
Estuvieron, como siempre, y no hubiera sido posible nunca sin ellos, los organismos de derechos humanos. Los que entendieron la relevancia de la causa mucho antes que muchos de los que estábamos allí. Los que abrieron el camino a machetazos, que fueron dejando sangre, sudor, lagrimas y, como aquellos muchachos hace 35 años, lo mejor de sus vidas. Porque nos dejaron la voluntad, la persistencia, la posibilidad de pensar que eso no era la causa de algunos que sufrieron en carne propia o cercana el horror.
El trabajo, las charlas, los escraches, las muertes en el camino, el conocimiento de un plan económico político, nos hicieron saber que “eso”, los derechos humanos, eran una causa fundamental de nuestra vida como país. Un pilar principal en la construcción de una nación, un derecho esencial de nuestro existir como sociedad.
Por supuesto que aun podemos escuchar en un taxi, en la fila de un banco, en un barrio humilde y en un barrio rico, en las aulas, en los comercios y hasta en la mesa familiar, voces que amparen el proceso cívico militar que inició en 1976. Pero, sin bajar la guardia, hay que reconocer cuánto hemos avanzado en el camino de reconocernos ante todo como humanos, como parte constituyente de un estado que no puede utilizar sus fuerzas, sus uniformes y sus armas para clausurar nuestras libertades, interrumpir el devenir histórico, subsumirnos en el miedo, el individualismo, la cultura lai, la idea de que las ideas se han muerto, que no tienen sentido, que una idea no vale la vida.
La causa que defendemos cada 24 de marzo, marchando en las calles, nos trasciende. No es una causa exclusiva de nosotros hoy. Es de los que no están y ya no pueden luchar por ella, en nuestra y es de los que vendrán. Es, convengamos, una mas que interesante forma de generar una cohesión social, un proyecto colectivo, que con la legitimidad de las calles, la voluntad política, y el ejercicio de las instituciones va mucho mas allá de lo que nosotros podemos ver, de lo que nuestra perspectiva, efímera en el tiempo, puede llegar a comprender.
Se mezcla en estas marchas la alegría, la emoción, el llanto, y la bronca. Pibes que no conocen otra cosa que la democracia, marchantes experimentados y precursores, columnas políticas, organismos de derechos humanos, gente de a pie que desconoce las internas de cada sector y que cada año se suma a la construcción de la memoria, la verdad y la justicia.
La dictadura es una piedra en el zapato que muchos sentimos aún molesta y duele. Pero la realidad de hoy nos deja un mensaje vivificador y por demás loable.
La presencia en los cánticos de clarín, noble y mañeto despiertan el entusiasmo, y un análisis por demás pretencioso: clarín simboliza la lucha contra las corporaciones económicas que le han querido sacar toda la leche a la vaca, que han participado de crímenes de lesa humanidad, que han entregado trabajadores, que han mentido so pretexto de ampliar sus horizontes de lucro. El entusiasmo y fervor de las gargantas para gritar contra ellos, es después de todo, una grata señal. Una lucesita que nos tiene que despertar todos los días.
Quien suscribe tiene cierta debilidad por las manifestaciones populares. En este caso particular, se emociona al ver las Madres, las Abuelas y los Ex Presos. No los entiende. Piensa que en su lugar hubiese salido a matar. Sabe que está mal, pero sigue pensando cada vez que los ve, que lo hubiera hecho. Las y los admira, agradece como puede, con una mirada, el camino abierto. Se cree chiquito ante una causa tan noble y mas pequeño aún por haber hecho tan poco. Pero acompaña, porque, cree que el camino abierto es largo y hay que seguir caminándolo, y esa tarea, hoy es nuestra.
Quien suscribe tiene cierta debilidad por las manifestaciones populares. En este caso particular, se emociona al ver las Madres, las Abuelas y los Ex Presos. No los entiende. Piensa que en su lugar hubiese salido a matar. Sabe que está mal, pero sigue pensando cada vez que los ve, que lo hubiera hecho. Las y los admira, agradece como puede, con una mirada, el camino abierto. Se cree chiquito ante una causa tan noble y mas pequeño aún por haber hecho tan poco. Pero acompaña, porque, cree que el camino abierto es largo y hay que seguir caminándolo, y esa tarea, hoy es nuestra.